jueves, 21 de mayo de 2009

Con Edad el sol se agitaba. Con todo el mar que rejurgita
aguas aparte
La blanquedad siniestra se demuele en un delicado iris por siempre
sin verdad (todo lo vacilo al dar)
un regusto de viejos ojos.
Aprendiendo a hablar de todos los nombres que existen
cuesta pálida
Sólo cumbió un afán que muriéndose se existe, que es mi soledad.
Convidado delirio en manos de sed abierta
trae un cadalso (la herida) y nuestra tierra.
Sacar una máscara con ciertos gestos que cumplan
la pira que ordena y quema.

Pauta escrita.

Cortina Maravilla Sol resquemor parado hable rigor liviano a la humareda de la otredad, displicentes candados espumosos donde hay más.
Donde.
Hay.
Oh, pasillo particular, feria de rutinas, es una fiesta para los más.
Sale un puerto en cada resquicio de movimiento.
Se va a agrandar.
Amontonadas las cosas es un coral: todas cántanle a la soledad en las costillas, en la cara de crisálida áurea.
Una mosca corona lo simple que no es tal.
Desenterrad, lobos del hambre, un vacuo oscuro se entumece, la irradiación tiene que fulgurar, llegar simiente, como verdad solícita a explicitar.
El color es estación sin forma.

Pauta escrita.

Otro sesgo indistinto de infinita eticidad.

Lenta ventana vacía; tengo en torno un desaparecer; ya no olvido que mis rasgos se deshacen. Una salvedad que viene a disipar; oh, un aire, un respiro.
Es un paso, el primer paso, aparecer.
Tanta calma se queda en celo
no permito la usurpación, la ofuscación que me queda
abro, pase, un encuentro.
La ranciedad se disipa, es un gesto en uso.
Las vaguedades del mundo se disciplinan y una flor es Belleza, y su vaho embriaga cada cielo.
Lo perentorio es ser y el caos parece vacuo. Venir a asir y no más.

Irresoluta gana.

Me invito a salir del silencio que me expone: mis palabras no, rasgos de la violación; la risa. Acaba en un segundo en un gemido que es su conmoción interna. No articulo nada fuera de mí (de esta agenidad que me nombra). Exulto en llanto apocado, inerte en sí. Hay una paridad inmutable en todo que, en gracia, me iguala a cosas existentes, restos en que puedo reconocerme sin el dolor de la extrañeza; el ascenso del humo asumo, indistinto; mi rol de perceptor y el suyo de objeto: inanimidad. La sombra y el aliento. El techo. Ninguna impronta mágica, ninguna relacionalidad fortuita. Soy añejo por la atildación de caracterizar sin valorar. De qué sirve así existir, vago entre formas.
Un enclave en el hecho de ser que no me permite diferenciarme y ser (deferenciarlo y seguir).